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domingo, 17 de noviembre de 2019

POLVO DE ESTRELLAS


La otra noche, un famoso astrónomo aseguraba que los humanos estamos hechos de polvo de estrellas. Mientras lo decía convencido, en la televisión pasaban imágenes de estrellas y luceros que se movían al avance de la cámara. Aquello parecía la ventana de una nave intergaláctica que, entrando y saliendo de pléyades y densos núcleos estelares, se sumergía en las profundidades interminables del espacio.
    La música de fondo que acompañaba la idílica imagen me adormiló y entré en un delicioso trance onírico.
   Soñaba que un lucero a punto de morir, de extinguir su brillo, soltaba una ráfaga de fino polvo, intentando dejar algo de su luz en los abismos oscuros del universo.
    En el viento estelar, el puñado de cenizas brillantes de la estrella que se apagaba, cabalgó a través del ancho espacio y llego a Dios. ÉL estaba distraído. Moldeaba con sus manos una bella criatura, una que tendría un propósito singular, una encomienda de amor. Sintió la ventisca y cuando se giró, vio que el lucero, después de descargar una agónica centella brillante, se fue apagando entre trémulos relampagueos. Todo quedó oscuro en la dirección del astro extinto. 
   El Todopoderoso se giró de nuevo para contemplar la pequeña criatura que tenía entre sus manos. No podía esperar, tenía que terminar su obra e insuflarle un aliento de vida. ¡Era urgente!
  Sopló y la hermosa creación abrió los ojos. Eran de un brillante verde marino… Y fue que el polvo de estrellas, el de aquel lucero, se quedó en tus ojos, María Liliana, mi niña…  Y sus reflejos ¡en mi corazón!
    
Orlando  Name Bayona